¿Cómo se inició tu militancia?
Me
recibí de maestro normal nacional en el Enam y comencé a trabajar en la
docencia en los años 70. Estudiaba Filosofía y Letras en esa época muy
convulsionada. Entré en el año 66: cursé un cuatrimestre en democracia y en el
siguiente ya había llegado Onganía a reventarnos a palos. A partir de «La noche
de los bastones largos» comenzó aquella destrucción de la universidad pública.
Me inicié como preceptor |y milité gremialmente en Lomas. No existía en aquel
entonces Suteba ni Ctera. Había una unión de educadores por distrito, que eran
desprendimientos de la Federación Sarmiento, por entonces muy burocratizada.
Hacía falta un gremio que nos representara. Se organizó entonces el Movimiento
Docente del Sur, que agrupó a colegas del nivel medio y terciario, desde
Quilmes y Avellaneda hasta San Vicente. Allí fui secretario de prensa y luego
secretario general cuando se creó Ctera, bajo la dirección de Alfredo Bravo.
Esa agrupación fue una de las fundadoras de Ctera.
Una amplia carrera como educador…
Sí.
Cuando sentí que la escuela media cumplía un ciclo para mí, empecé a formar
docentes. En ese entonces se exigían cinco años de ejercicio para superar el
nivel. Era acertado eso: hoy hay universitarios que egresan y ya están formando
terciarios sin haber tenido ellos experiencia en el nivel. Por ejemplo, yo no
podría hoy hablar de cuestiones didáctico-pedagógicas porque estoy fuera del
sistema, y se trata de una realidad que cambia permanentemente. Siempre me hizo
ruido cuando alguien opina sobre «la educación en nuestro país». Cuidado: ¿qué
educación?, ¿de qué nivel, en cuál distrito o provincia? Es un sistema
sumamente heterogéneo. Y hay, me parece, dos errores: los que trabajan en una
institución escolar y pontifican el sistema que no conocen, y los que están
atrás del escritorio, investigando sobre la «escuela latinoamericana» mientras
desconocen la realidad local.
Hay
persistencias y también retornos…
Claro.
Fijáte que la dictadura del 76, además del genocidio, cometió también
«cultiricidio» al quemar un millón de libros del Centro Editor de América
Latina. El vocabulario de los argentinos se había reducido mucho luego de eso.
Y cuando a partir de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner empezaba a
recuperarse el campo popular, nuevamente retrocedemos. Uno se siente tentado de
darle la razón a Giambatista Vicco con los corsos y ricorsos de
la historia.
¿Cuál
es tu balance del kirchnerismo?
Si
bien se cometieron errores, el balance en general es positivo. La crítica está
en las cosas que se dejaron de hacer, en la falta de profundización. Pero se
crearon las condiciones para que ese proceso pueda darse. Daniel Filmus
escribió hace poco sobre las posturas de autocrítica; la descarnada y la otra
que ve todo bien. Él, como docente, no habla de críticas sino de evaluación.
Hay que evaluar las prácticas. Creo que tiene razón. Porque se trata de
construir colectivamente un proyecto superador. A los compañeros peronistas
suelo decirles «tienen suerte que los socialistas les señalamos el horizonte.
Ustedes hacen lo cotidiano, que es muy importante pero, a veces, tienen un
techo ideológico que no les permite avanzar». Me quieren matar, claro.
¿Cuándo
adheriste al kirchnerismo?
Adherí
lo que hacía el kirchnerismo a partir del 2008. Con la crisis del «campo». Tenía
claro que no iba a apoyar a la oligarquía terrateniente. Mi viejo sería un
socialista «gorila» pero sabía que los dueños de la tierra eran quienes nos
habían cagado siempre. Y a Néstor si bien no lo voté, estuve cuando reabrió la
Ex ESMA como Espacio para la Memoria.
¿Qué
faltó?
Hubo
cuestiones que no se pudieron lograr: el Banco del Sud que proponía Chávez, por
ejemplo. Tampoco se anuló la Ley de Entidades Financieras, que fue lo primero
que hizo Martínez de Hoz con los militares. Ésa fue la base del poder
financiero concentrado. Y hubo cosas que se hicieron a medias: hacía falta una
reforma constitucional que nacionalizara los hidrocarburos, por ejemplo. O que
YPF fuera 100 % del Estado. Lo mismo para Aerolíneas. Hay una lista de cosas:
nacionalización de los servicios públicos o del servicio ferroviario, que
deberían manejar el estado, los trabajadores y los usuarios. Un sistema
nacional de salud integrado. Porque Pami, las obras sociales y las prepagas ya
no dan respuestas a las necesidades actuales. La tenencia de la tierra, otra
cuestión: el 15 % están en manos extranjeras. Y la nacionalización de la banca,
de los puertos. La política ambiental dejó bastantes huecos. El asunto de la
Ley Semilla. La nueva fusión de Monsanto y Bayer junto a otras siete fusiones
más, que imposibilita que los agricultores puedan manejar las semillas. Faltó
también resolver el problema de los agroquímicos. En la minería vimos la
segunda contaminación del río Jáchal, que eran cosas advertidas oportunamente.
En otro orden, la Ley Antiterrorista fue errónea, que hasta el propio Zaffaroni
la calificó de innecesaria. Es decir, hubo errores. Pero en el balance fue uno
de los mejores gobiernos que tuvimos. Con avances sociales mundiales. Fijáte el
matrimonio igualitario por ejemplo. Encabezamos un proceso progresista. Las
universidades que se abrieron, los parques industriales, el polo científico, la
industria satelital. Por eso comprendo y comparto la angustia de los compañeros
que en estos meses presenciaron este «parto de Chuky», por lo terrible que hace
esta mafia.
¿Qué
lectura hacés del macrismo?
Es
la expresión política de los intereses del imperialismo, de las trasnacionales
y la oligarquía terrateniente del más rancio conservadurismo. Tiene la visión
del país como «granero del mundo», con la apertura de las importaciones, la
destrucción de la industria nacional y de los medianos empresarios. Todo eso
viene con los despidos, la flexibilización laboral, la presencia del FMI
vigilando el plan de ajuste, para asegurar una transferencia de ingresos de los
sectores populares hacia una élite del establishment. Junto a las reformas
educativas que promueven la productividad, la descentralización, la
modernización, y todas esas palabras usadas en los 90.
¿Cómo
transformar esta realidad?
Hay
dos miradas hacia la realidad social: una dice que es un todo armónico, donde
algunos grupos son disfuncionales y hay que eliminarlos. Y otra visión entiende
que el conflicto es inherente a la conducta humana, y a partir de éste la
sociedad avanza. Hoy ese conflicto es la célebre «grieta», que es una manera
que tiene la lucha de clases, o por lo menos de sectores sociales. Solamente la
movilización del pueblo podrá hacer recular lo que viene. Porque ellos
temen la gente en la calle. Más que gobernar, buscan hacer desaparecer el
«populismo». Es el «fuego purificador» del Plan Qunita, o utilizar el CCK para
el «Mini-Davos» en inglés. ¿Cómo transformar eso? Los indivi-dualismos y
sectarismos hacen que el campo popular se divida con mayor facilidad que la derecha.
Hay que mantener la unidad del campo popular desde la diversidad. Eso requiere
su maduración.
“Soy socialista por una cuestión fortuita”
Mi padre
era peón del ferrocarril. Yo nací en Tandil en 1948 cuando él estaba destinado
allá, en una casilla de madera. Y era militante socialista. En aquel tiempo a
Perón lo tomaban por un líder fascista y autoritario. (Cometieron «gloriosos»
errores desde entonces, alejando al partido de sus principios). Mi viejo fue
perseguido. Lo buscaba la Federal. Vinimos a Lomas y vivimos en la Casa del
Pueblo de la calle Sáenz, donde ahora está el Teatro de las Memorias. Yo viví
ahí desde los 3 hasta los 18 años, y mamé el socialismo. Escuchaba charlas,
leía «La Vanguardia» que estaba censurada, y accedía a la biblioteca. Soy
socialista por una cuestión fortuita. En mi Adn llevo la ideología socialista y
la pasión por la lectura. Hoy sumo la escritura. Cuando me enojaba la posición
del partido me iba al gremio. Y cuando me enojaba con éste volvía al partido.
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